lunes, 23 de mayo de 2011

Sensaciones de un posible desarraigo

Tras varios meses de inactividad, quiero compartir un nuevo producto literario. Agradezco que el Taller de Comunicación Publicitaria me haya despabilado esta acidez "arjonera" de dudar con certezas. Les presento entonces: "Sensaciones de un posible desarraigo"


Dulce por la mañana y amargo por las noches. Así empieza el día quien plantea una duda no tan existencial. Tempranísimo, repaso mi ley mas absurda mientras me cebo el segundo mate. Crea usted, querido lector, que la pobreza descriptiva de este relato se inscribe en el particular desaliento de este, un descafeinado comienzo de semana. Estoy caminando por la vereda del sol, nunca mejor cuando de mañanas otoñales se trate. Consciente de las limitaciones humanas, me regocija sentir que experimento los límites del umbral sonoro. Una chicharra, agazapada, despabila sobre la arboleda el primero de mis sentidos. La brisa penetra hasta mi pecho, y acompaña los casi quinientos pasos que me separan de la llegada. El sol continua su ascenso en el cielo de Zárate, ciudad norteña de la provincia de Buenos Aires, y el sabor de mi enésima estadía en unos pocos meses configura las dos caras de una moneda: la que quiero que, usted, sienta conmigo.

Diez minutos después de aquel descenso, llego a la casa que me vió crecer. En ella viven mis padres y hermano. Nacido a pocas cuadras de este sillón, descarto la teoría de desarraigo. Los ejércitos avanzaron, y en mi cabeza se construye el escenario bélico de mi perpetua ambigüedad situacional. “No soy de aquí, ni soy de allá” desgarra el cantor, y se cae de maduro: éste, mi lugar de toda la vida, me paraliza las chances de encontrar un futuro diferente. Cara o ceca, presente o futuro, las posibilidades no resultan ser muchas. La receta es contundente, pero la torta huele a duda.

El aliento ante la decisión exige mi reconocimiento: “hacé lo que te gusta”, “nosotros no te obligamos, vos decidis”, “primero estudiá, no te apures a conseguir trabajo”, “una conocida se recibió a los 29”, “no te falta tanto”. Son varios los intentos de cubrir afectuosamente las causas de mi propio exilio.

Conforme a todos los intentos, la chicharra agudiza con su canto mi vuelta al bienestar. Vuelvo a sentir lo que nunca dejé de oir. Por ello, solo por ello, el clima comienza a cambiar. Las campanas acaban de sonar once veces, y en la vereda un nene llega tarde a su escuela. Resuena una moto, pero la calma estacional retoma su forma unos segundos mas tarde.

En el gusto por la cotidianeidad, suelo manejar estos matices que atormentan la decisión que tomé hace cinco años. Tajante en mis sentidos, ella se hace fuerte en su ambigüedad. Dulce o amarga, según el día y la hora, me muestra las dos partes de su composición. Como esa absurda ley del mate que, a fin de cuentas, calma mi estado de duda.

Hasta la médula. (Lo publico antes de arrepentirme)