miércoles, 26 de septiembre de 2018

Sirenita galáctica


En mi galaxia no existía el oxígeno, no era necesaria la vida en ella. "En mi galaxia no hay lugar, solo vives tu. En ella te defiendo de las malas estrellas. He visto como te miraban, y yo te miro mejor." No hay lugar para tu luz, solo mi oscuridad. En mi eclipse, nadie más que yo puede ponerse adelante para tapar la luz. 

Una noche, tu luz me había dejado de iluminar. Y en ese instante la vi. Creí que tu sangre sería el final de mis fantasmas, pero ya estabas muerto. Te cuido la carne, ahora eres el limbo de las estrellas que intento mirar. Y en mi galaxia, aún lo recuerdo, no existe el oxígeno.

Con la que más te agrede



¿Con cual debo quedarme? Le susurré. “Con la que más te agrede”. El predictivo había hablado por ella. "¿Qué hicieron con lo que le hicieron cuando la hicieron?" Pensé. En el afán de sentirme hablado, nunca me gustaron los teléfonos que interpretan la palabra. Mientras pensaba cómo preguntarle, el predictivo hice lo suyo. 

En ese instante, su voz me aplastó el pecho, y ni las lagrimas me salieron esa noche. Había apagado el hilo de luz que le quedaba, el predictivo yo sentía necesario que deje de iluminar los agujeros. Fui su eutanasia. ¿Habría cedido? La fuerza del mensaje aún vibraba sobre mis costillas rotas. ¿Habría llorado? Por 20 minutos, el silencio de los "en línea" enfrentados fue la mi selva. 

No había salida, pero lo intentaste. La mano del ahogado apagó la luz. Decidimos dormir, olvidar el fuego, al menos hasta la mañana, devotos de creer y confiar en despertarnos con una sola luz: con la que más te agrede.